LA LEYENDA DEL MAQUECH.
Esta es la leyenda de una bella princesa de ojos violetas de nombre Rukia. Ella era joven, alegre y valiente. Era la única hija del tlatoani del pueblo, Byakuya Kuchiki, por ello estaba muy consentida, su madre y padre siempre le procuraban lo mejor y ella se alegraba cuando le obsequiaban lo más bello de los botines de guerra. Ella amaba mucho a sus padres, por lo que siempre los obedecía y trataba de enorgullecerlos con sus acciones.
Ella vivía feliz en la ciudad del Gotei Trece, que tenía grandes extensiones de tierra rodeadas por cerros cubiertos de hierba verde y plantas multicolores. Como la tierra era muy fértil, en la ciudad había una gran variedad de árboles frutales que proporcionaban fresco, asimismo servían de hogares para los cientos de pájaros de distinta clase, loros, guacamayas y los faisanes, por nombrar algunos.
Rukia se divertía yendo al campo a cazar conejos con las trampas, pero al final terminaba soltándolos o si había alguno que le gustara por su color de pelo, se lo llevaba al palacio como mascota. Lo mismo sucedía con otros animales que le llamaban la atención o que necesitaban ser curados, y su padre con tal de verla sonreír y de ver sus ojos iluminados, le permitía llevar cualquier clase de animal, desde víboras hasta un pequeño jabalí que encontró herido.
Así Rukia pasó su infancia de forma feliz, y cuando llegó a la edad propia para el matrimonio su padre concertó su unión con Renji Abarai, un joven príncipe de un reino vecino y que estaba próximo a coronarse como rey, y aunque ella no lo quería, aceptó el matrimonio para hacer feliz a su padre.
Esa tarde el tlatoani y sus guerreros marchaban a una guerra contra el pueblo vecino, Hueco Mundo, pues ellos habían invadido el pueblo de Karakura, y esa ciudad había pedido su ayuda.
―Padre, ten cuidado por favor. ―le pidió Rukia a Byakuya quien llevaba sus accesorios de guerra, una túnica roja, su penacho dorado con plumas de faisán, su arco de madera a su espalda y la espada en su cintura.
―Estaré bien, siempre salimos victoriosos. ―dijo confiado. ―Esta vez ¿qué quieres que te traiga de regalo? ―le preguntó Byakuya.
―Solo quiero que regreses con bien. ―le respondió Rukia, como siempre que él le hacia esa pregunta antes de partir a la guerra.
―Así será. ―le dijo él y se fue junto con sus guerreros.
La guerra duro cinco días, no fue fácil pues los guerreros de Hueco Mundo eran muy fuertes y hábiles. Hubo muchas bajas para los tres reinos, pero sobre todo para el de Karakura, pues solo sobrevivió un guerrero, de nombre Ichigo Kurosaki. Este guerrero salvo la vida del rey Byakuya cuando varios guerreros de Hueco Mundo lo tenían acorralado, así que Byakuya lo invitó a quedarse en su reino.
Rukia estaba en su habitación cuando un sirviente le informó que su padre había regresado a salvo al palacio y que la esperaba en el gran salón. Ella corrió emocionada para recibir a su padre, su mamá, Hisana, ya estaba con él.
Cuando entró al salón se sorprendió de ver la gran cantidad de figuras de oro, de telas finas y piedras preciosas que se encontraban en medio del lugar, pero cuando de verdad sus ojos se abrieron de la impresión y su corazón se aceleró emocionado, fue cuando vio a un joven de cabellera naranja junto a su padre. En ese instante sus almas quedaron atrapadas en un lazo de fuego, pues el guerrero también quedó prendado de su belleza.
―Rukia. ―la llamó su padre. ―he regresado con bien como te lo prometí.
―Me alegro mucho. ―dijo ella y corrió a abrazar a su padre. Él correspondió el abrazo.
―Ahora escoge cuanto quieras. ―le dijo Byakuya señalando el tesoro.
Si Rukia hubiera podido, habría dicho que escogía al hermoso guerrero, pero ella sabía que su destino era casarse con el príncipe Renji. Así que se conformó con un par de telas finas y unas esmeraldas.
―Rukia, también he decidido que mientras no te cases con el príncipe Renji y velando por tu seguridad, te pondré un guerrero que te escolte. ―dijo Byakuya, pues antes de huir Aizen, rey de Hueco mundo, amenazó con quitarle lo que más amaba. ―Así que a partir de mañana este guerrero te protegerá. ―le dijo a ella. Quien mejor que Ichigo para cuidar a su mayor tesoro, pues había demostrado ser muy valiente y no temerle al peligro.
―Como digas padre. ―dijo Rukia conteniendo su alegría.
Así que a partir de la mañana siguiente Rukia salió a caminar todos los días acompañada del joven guerrero. A veces iban a un cenote cercano y mientras Rukia nadaba alegre en el agua, Ichigo la observaba sentado desde la sombra de un árbol, otras veces la acompañaba a recoger flores en el campo o simplemente a contemplar la tranquilidad de los ríos o lo majestuoso de las cascadas. Otras veces simplemente paseaban por la ciudad viendo trabajar a los artesanos.
Desde el principio se llevaron bien, aunque a veces peleaban un poco ya que Ichigo a veces la llamaba enana y a Rukia no le gustaba. Platicaban por largas horas acerca de sus vidas, de lo que les gustaba, de las estrellas y de los dioses que los protegían, pero siempre evitaban hablar del príncipe Renji, era como si para ellos no existiera; y así en silencio fue creciendo entre ellos un profundo amor.
Ya habían pasado varios meses desde que se conocieron y esa tarde habían ido al campo a cazar, estaban en medio de la selva escondidos detrás de unos árboles esperando que una presa apareciera. Ichigo vio una presa fácil junto a una gran ceiba, así que cargó su arco con la flecha y apuntó hacia el desprevenido animal que comía hierba. Ya que lo tuvo en la mira, estiro el arco hacia atrás y ya lo iba a soltar cuando Rukia desvió el arco.
―Nooo. ―le dijo Rukia moviendo el arco, logrando que la flecha no diera en el blanco, aunque si rozo al pobre animal.
―¿Pero qué te pasa tonta? ―grito el chico irritado, era una presa perfecta y la había perdido por su culpa. Y cuando se enojaba no le importaba que fuera a la princesa a la que le estuviera gritando.
―Idiota que no ves que era un conejo. ―le respondió la princesa dándole un puntapié en la espinilla. Ante sus padres y los demás se comportaba como una princesa sumisa y con muy buenos modales, y solo con él se daba el lujo de comportarse como verdaderamente era, pues Ichigo le daba confianza para ser libre de actuar, pues nunca la juzgaba. ―vamos a ver si no esta herido. ―le dijo ella. Los dos se acercaron a la ceiba, pero el animalito al oírlos se alejó brincando.
―Por lo visto esta bien. ―dijo Ichigo, viendo hacia los arbustos por los que se había escabullido el animalito felpudo.
―Me alegro. ―dijo Rukia junto a él.
De pronto una flecha paso justo frente a ellos y se clavó en el tronco de la ceiba.
Los dos voltearon sorprendidos y vieron a un sujeto a poca distancia de ellos, llevando un arco en la mano.
―Esa solo fue un anuncio. ―dijo el hombre de cabello marrón, cargando de nuevo su arco. ―Esta vez mataré a la princesa. ―dijo amenazante preparando la flecha para soltarla.
Ichigo cargo rápidamente su arco, Rukia se puso detrás de él, pegada al árbol.
―Bien, te matare a ti primero. ―dijo Aizen y disparó la flecha, Ichigo hizo lo mismo.
La primera flecha se incrustó en el hombro de Ichigo, por el impacto él cayo hacia atrás sobre Rukia. Su flecha dio en la pierna de Aizen, quien retrocedió un paso. Aizen estaba por disparar otra vez, pero Ichigo recargado en Rukia, fue más rápido y disparó una flecha que dio directo en el corazón de Aizen.
―Ichigo. ―por fin pudo gritar Rukia quien fue sosteniendo a Ichigo mientras este se iba desvaneciendo, hasta quedar recostado sobre sus rodillas. ―Ichigo, no mueras. ―sus lágrimas caían sobre el rostro del guerrero de cabello naranja.
―No te preocupes, no tengo intención de dejarte tan pronto. ―dijo él hablando con dificultad. Ella le sonrió, luego lo recostó sobre el pasto y le quito con fuerza la flecha, en seguida le abrió la camisa blanca para ver su herida. Contempló con cuidado su musculoso cuerpo, delicadamente paso sus manos sobre las cicatrices que tenía en el pecho, lejos de asustarla o de que le parecieran feas, se le hacían hermosas, pues representaban su valentía y virilidad, Ichigo disfrutaba el contacto de sus manos y sentía que si seguía así podría perder el control sobre su cuerpo y no se resistiría a besarla.
Como adivinando sus pensamientos, Rukia dejo de acariciarlo y se rasgó el vestido, con ese pedazo de tela vendo su herida.
―¿Te duele? ―le preguntó cuándo lo ayudaba a sentarse recargado sobre el tronco de la ceiba.
―No. ―mintió. Si le dolía un poco la herida, pero no la quería preocupar.
―Mentiroso. ―le dijo con una sonrisa, lo conocía muy bien, sabia cada uno de sus gestos y sabia de sobra que estaba sufriendo. ―Pero yo hare que el dolor se vaya. ―le dijo ella y le beso delicadamente la herida del hombro. ―¿Mejor? ―le preguntó después.
Ichigo entonces perdió el poco control que tenía y tomándola con una mano de la nuca, acerco sus labios a los de ella.
―Mucho mejor. ―dijo cuándo se separaron, con una gran sonrisa. Ese beso despertó un sinfín de emociones en los dos, sus corazones latían muy rápido y les costaba respirar. Rukia tuvo miedo de lo que sentía y se paró rápidamente, quería huir de ese hombre que la hacía olvidarse de que estaba prometida.
Pero Ichigo ya no la dejaría ir, ya había probado sus dulces labios y se había hecho adicto a ellos, a su aroma, a su piel, a toda ella; así que la jalo de la mano e hizo que se recostara en el pasto, luego con cuidado se volteó hasta quedar sobre ella, sus miradas se cruzaron y para su sorpresa ella no lo veía con miedo, sino con amor, ella comenzó a acariciarle su cabello naranja.
―Rukia, yo…―Ichigo se estaba arrepintiendo de lo que pensaba hacer, ella estaba comprometida y el siendo un simple guerrero no podía ofrecerle nada de lo que estaba acostumbrada.
―No digas nada. ―le dijo Rukia y ahora ella lo jalo hacia sí, para besarlo con amor.
Eso beso se hizo más intenso, era tanto el amor que había entre ellos que no podían contenerlo, así que finalmente se entregaron por primera vez el uno al otro debajo de aquella ceiba. Ese día sus almas quedaron unidas para siempre y se juraron mutuamente no olvidarse ni separarse nunca.
Así pasaron varios días, en los que cuando estaban solos disfrutaban plenamente de su amor, aunque cada vez les costaba más trabajo mentir sobre su relación ante Byakuya o los demás.
Esa tarde el príncipe Renji la visitó, pues se había enterado del intento de asesinato de Aizen y quería cerciorarse de que estaba bien y de agradecer personalmente al guerrero que había salvado a su futura esposa.
Ahora estaban en el gran salón, Byakuya y Hisana se encontraban sentados en sus tronos, Rukia, Ichigo y Renji estaban parados enfrente de ellos.
―Es un honor que nos visite príncipe Renji. ―dijo Byakuya.
―El placer es mío, ansiaba ver a mi futura esposa. ―dijo Renji volteando a ver a Rukia, ella le sonrió por cortesía. Con disimulo volteo a ver a Ichigo, quien la miraba con el ceño fruncido.
―Gracias por salvar a mi hermosa Rukia. ―le dijo Renji volteando hacia Ichigo. ―no sé qué sería de mí sin ella. ―le dijo mientras estrechaba su mano. Ichigo sintió como su sangre comenzó a hervir cuando se refirió a Rukia como suya. No le respondió.
―Es momento de que acordemos la fecha de la boda. ―dijo Byakuya. Después hizo que Rukia e Ichigo se retiraran para hablar con Renji.
Rukia e Ichigo fueron de nuevo hasta la ceiba, testigo de su amor.
―No soporto que él diga que eres suya. ―le dijo Ichigo, mientras permanecían sentados y abrazados bajo aquel árbol.
―Aunque él lo diga, eso jamás será cierto. ―le dijo ella y le dio un beso. ―Solo soy tuya. ―le dijo con una sonrisa.
―Pero no quiero que te cases con él, algo tenemos que hacer para evitarlo. ―le comentó Ichigo.
―Todas las noches rezo a los dioses para que nos ayuden. ―le dijo ella. ―Así que tenemos que confiar en su ayuda.
Después de platicar un rato llegaron a la conclusión de que Rukia y él se escaparían pocos días antes de la boda.
―¿Estas segura de lo que vas a hacer? ―preguntó Ichigo.
―Muy segura, ya sabes que te amo. ―le dijo ella. Y de nuevo disfrutaron de la calidez de sus labios. Pero esta vez tuvieron testigos, pues Renji quería decirle a Rukia que se casarían en una semana, así que junto con Byakuya y otros guerreros salieron a buscarlos.
―¿Qué significa esto? ―preguntó Byakuya enojado, sobresaltando a Rukia e Ichigo.
―Padre yo.. ―dijo Rukia poniéndose de pie junto con Ichigo.
―Eres un traidor. ―Interrumpió Renji furioso, empujando a Ichigo contra la ceiba. Él no se pudo defender ya que los guerreros del príncipe le apuntaban con sus flechas.
―No lo lastimes por favor. ―suplicó Rukia al ver que Renji tenía a Ichigo del cuello.
―Llévense a la princesa. ―ordenó Byakuya a sus guerreros, sobre todo para evitar que la furia de Renji cayera también sobre ella.
―No, déjenme. ―gritaba ella desesperada mientras dos guerreros se la llevaban de los brazos, pues no quería que la separaran de su amado.
―Rukia. ―gritó Ichigo angustiado, logrando librarse de su captor. Pero Renji lo golpeó con fuerza en el estómago haciendo que cayera de rodillas, ahí dos guerreros aprovecharon para sujetarlo de los hombros.
―Rey Byakuya usted sabe que esta profanación merece un castigo ejemplar. ―le dijo Renji enfadado.
―Lo sé, y el tendrá su castigo. ―dijo Byakuya serio. Pero en el fondo sentía pena por Ichigo y su hija, pero no podía hacer nada, ya que como rey se veía obligado a hacer cumplir sus leyes.
Los guerreros se llevaron a Ichigo hasta el templo donde se tenían a los prisioneros, para esperar la ejecución de su castigo, que sería el sacrificio.
Esa noche Rukia fue a hablar con su padre.
―Papá, por favor no lo sacrifiques. ―le imploró llorando a sus pies.
―Lo siento Rukia, pero cometió una grave falta y debe ser castigado. ―le dijo él. ―Además el príncipe Renji exige su sacrificio.
Así que aunque la princesa suplicó y lloró, todo fue en vano, pues no logró que le perdonaran la vida. A la mañana siguiente Ichigo fue pintado de azul para la ceremonia del sacrificio. Toda la gente aguardaba en el atrio del templo principal, los sacerdotes prendieron el copal para expulsar a los espíritus.
Mientras era conducido a la plancha Ichigo no dejaba de observar a Rukia, quería que en su memoria quedara grabada su imagen, quería que su último recuerdo fuera ella. Rukia vio con horror como dos guerreros colocaron a Ichigo sobre la plancha cuadrada de piedra, su tristeza creció más cuando lo amarraron de pies y manos en las esquinas. No podía evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas.
Ichigo trataba de mantenerse calmado, no quería que Rukia lo viera sufrir, no es que le tuviera miedo a la muerte, pues él había sido entrenado para dejar el alma y cuerpo en el combate, pero tenía miedo de dejar a Rukia, de no volver a verse reflejado en sus ojos, de no sentir sus dulces labios.
Byakuya y Renji estaban sentados tras de la plancha, el sacerdote que ejecutaría el sacrificio se colocó junto a la plancha y preparó la daga con la que se le extraería el corazón.
―Papá, por favor, por favor no lo mates. ―volvió a suplicar Rukia a los pies de su padre. ―Te prometo que si le perdonas la vida no lo volveré a ver y me casare con el príncipe Renji. ―dijo entre lágrimas.
―No insistas princesa, yo quiero la muerte de ese hombre. ―dijo Renji.
―Por favor. ―volvió a insistir Rukia con infinita tristeza en la mirada.
―Rukia, ve a tu cuarto y no salgas. ―le dijo su padre. ―si lo haces no podre perdonarle la vida. ―Byakuya amaba a su hija y no le gustaba verla triste, pero aun así no podía dejar sin castigo a Ichigo.
Rukia lo obedeció, se retiró a su habitación con el corazón agobiado por la incertidumbre.
―Pero Rey. ―protestó Renji cuando Rukia se fue.
―No te preocupes, que él será castigado. ―le dijo Byakuya.
Hisana acompaño a Rukia en su calvario, se le hizo eterno el tiempo que tuvo que esperar para saber sobre el destino de Ichigo. En el silencio de la noche fue llamada a presentarse ante Byakuya y Renji. Cuando llego al patio del templo busco a Ichigo sobre la plancha pero no lo halló, tampoco en los alrededores. Tembló al pensar que lo hubieran sacrificado.
―¿Dónde está? ―preguntó temerosa a su padre. Renji solo sonrió.
―Rukia, aquí esta Ichigo. ―le dijo Byakuya entregándole un pequeño escarabajo. ―Lo siento pero es lo único que pude hacer para salvarle la vida. ―le dijo con pena. Como Renji exigia un castigo o sino declararía la guerra, Byakuya le pidió a un sacerdote que convirtiera a Ichigo en insecto.
―Eso se merece por haber osado enamorarse de ti. ―dijo Renji satisfecho. Rukia miraba a su amado con amor.
―Ichigo. ―le dijo al pequeño insecto entre sus manos. ―juré nunca separarme de ti y cumpliré mi juramento. ―le dijo y luego le dio un pequeño beso. Renji se enfureció, pues ni aun convirtiéndolo en animal había logrado destruir ese amor. Enojado se marchó de la ciudad y no volvieron a saber nada de él.
―Gracias padre. ―le dijo Rukia a Byakuya y regresó a su habitación con Ichigo en sus manos.
Después el mejor joyero del reino lo cubrió de piedras preciosas y le sujetó una de sus patitas con una cadenita de oro.
―Maquech eres un hombre, escucha el latido de mi corazón, en él vivirás por siempre. He jurado a los dioses no olvidarte nunca. ―le dijo mientras lo prendía a su pecho. ― Maquech, los dioses no han conocido nunca un amor tan intenso y tan vivo como este que consume mi alma. ―le dijo Rukia con sinceridad. Ella lo amaba, no le importaba si era un hombre o animal, siempre estaría con él.
La princesa Rukia y su amado Ichigo, convertido en Maquech, se amaron por encima de las leyes del hombre. Cuando por fin la muerte los sorprendió, una diosa benévola tomo sus almas humanas y las elevó al cielo, donde disfrutaron de un amor colmado de eternidad.
Maquech: Insecto que es usado como adorno en la ropa con piedras incrustadas como decoración.
Los mayas pintaban de azul a quienes iban a sacrificar, ya sea en la plancha para extraerles el corazón o a los que arrojaban en los cenotes sagrados. Este pigmento ha causado interés en los científicos por ser resistente al paso del tiempo, a la acidez, a la erosión por acción de los elementos naturales, a la biodegradación e incluso a disolventes químicos modernos.
La ceiba era considerada un árbol sagrado ya que para los mayas representaba la comunicación entre el cielo y el inframundo, también pensaban que bajo la ceiba los dioses escuchaban las peticiones de los humanos.