
La Diosa de fuentes de agua, manantiales y arroyos
Bachué, la Diosa Madre Serpiente de la Gran Fertilidad.
Ella salió del Lago Primordial como una gran serpiente, le crecieron enormes senos y dio a luz a un hijo. Cuando él era lo suficientemente grande, ella se apareó con él y comenzó una explosión demográfica. Hecho el trabajo, volvieron al lago.
Bachué, una hermosa mujer de largos cabellos negros y cubierta por una túnica, ella es considerada la madre Chibcha; llevaba un niño en sus brazos y los diferentes pobladores de la zona asombrados por esta luminosa aparición convergían ante su presencia, ella con un aura maternal los agrupó y enseñó a convivir como verdadera familia, logró que comprendieran la importancia de vivir en paz entre ellos y con las diferentes tribus que habitaban la zona.
El cariño que Bachué logró ganar entre los indígenas fue inmenso y sólido y ese niño que llevaba en sus brazos al salir de la laguna fue el encargado de fecundar a su propia madre múltiples veces logrando que un pequeño grupo humano fuese creciendo como una gran tribu «los muiscas», por todos los lugares por los que ella transitaba eran llenados de sus hijos hasta que un día su misión pobladora había llegado a su fin; su tarea estaba cumplida.
Tras haber poblado el mundo y haber dejado sus enseñanzas, la diosa volvió junto con su compañero y se convirtieron en serpientes al ingresar a la laguna sagrada de Iguaque; ese día los Muiscas, a pesar de su tristeza sabían que Bachué, su madre, era feliz. Se le rindió culto junto a la figura de su consorte, en un santuario especial ubicado posiblemente en el actual San Pedro de Iguaque. Según otras versiones, fue convertida en Chía (Luna) para acompañar a Sua (Sol) y como tal era venerada
Bachué dejó de procrear pero se mantuvo entre la gran familia siempre dando enseñanzas y manteniendo el orden, pero con el paso de los años envejeció, aquella mujer hermosa y de senos firmes y piernas contorneadas dejó de ser la misma; su rostro y resto del cuerpo perdió la lozanía de los años mozos y se arrugaron, sus carnes se hicieron flácidas y la fatiga y el letargo se apoderó de su humanidad.
Sin protocolos ni preparaciones, un buen día Bachué junto con aquel niño que portaba al salir de la laguna, retornó a ella, las aguas produjeron un impresionante estruendo y sus aguas formaron un extraño y gigante boquete que se los tragó y convirtió a Bachué en una serpiente que los chibchas adoraron como símbolo de la inteligencia.
Bachué asomaba sus ojos en las noches de luna llena para vigilar a su querida tribu, y ellos como agradecimiento lanzaban a la laguna objetos de oro, estaban seguros de que ella los recibía con total gusto, la diosa era objeto de adoración por su condición de origen de la vida.
Bachué enseño preceptos como la paz y la convivencia a los primeros pobladores, les enseñó a cazar, cultivar, respetar las leyes y adorar a los dioses. Bachué fue tan buena, que los mismos Muiscas se referían a ella también como Furachoque (Mujer Buena).
Los indígenas chibchas le otorgaron a Bachué el título de madre de la humanidad y fuente de la vida, y por proceder del agua, todo animal acuático como ranas y lagartijas fueron reverenciados con una inclinación exclusiva. Los chibchas como magníficos orfebres entregaron al mundo lo mejor de su trabajo pero también lo mejor de su fervor vital, por tal razón, artículos de oro con formas de animales de agua y alrededores son el vestigio más claro de la forma en que esta gran raza acataba la existencia
Bachué es la representación de la vida y su amor maternal condujo los destinos de una raza agradecida e inspirada con el subsistir de los días.
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